Es la entrevista que nunca existió; fue borrada del mapa por su editor. El pasado 19 de enero el diario El País publicaba una extensa charla con Santiago Sierra, el artista español de más prestigio internacional que en 2010 originó un fenomenal escándalo al rechazar el Premio Nacional de Artes Plásticas. Para luchar contra ese olvido programado por los guardianes del sistema, nos hemos tomado la gozosa molestia de reproducir los párrafos claves de la entrevista secuestrada a partir de la primera pregunta que da pie al talentoso ajuste de cuentas del artista.
Sierra argumentó entonces su renuncia en un telegrama (“El Estado son ustedes y sus amigos”) a la ministra Ángeles González-Sinde: no quería servir a un Estado criminal. En esa línea iba lo declarado al periódico del Grupo Prisa. Sin embargo, surrealistamente, el medio hizo desaparecer de su archivo digital la entrevista, por lo que hoy es casi imposible recuperarla. Ha pasado a la clandestinidad y con ella la lucidez con que Sierra expone su ideal libertario.
Ahí va todo lo que Sierra dijo y El País eliminó de su disco duro para abortar su circulación, creando un nuevo género periodístico: la censura por arrepentimiento; que es como intentar quemar en la hoguera al artista hereje, su obra y su pensamiento. Pura dinamita cerebral.
P.- En su opinión, ¿cuáles son los asuntos más preocupantes o indignantes de lo que sucede actualmente en el plano político y social en España?
R.- El otro día leí unas declaraciones de Gallardón afirmando que gobernar es repartir dolor, y en eso lleva toda la razón; o administrar la Muerte, como decía con mayor audacia Agustín García Calvo. Los partidos políticos son en todo el mundo, y aquí también, organizaciones criminales cuyos esfuerzos van destinados a meter mano en la caja común y repartirse el botín de lo público entre sus cuates, jefes y familiares. Ni derecha ni izquierda. Aquí la única dirección reseñable es arriba y abajo, ellos arriba y los demás abajo, obviamente. Los partidos políticos pertenecen a la banca, que es quien los financia, al igual que los sindicatos mayoritarios pertenecen al Estado, que es quien los financia. La corrupción no es una anécdota, la corrupción es el Régimen y la extorsión, su método. El Estado es un cuerpo parasitario y su objetivo nunca será el bien común sino el privado, el bienestar de clase, de su clase. En España tenemos una Administración colonial que hacen lo que le digan fuera a cambio de impunidad en sus desfalcos. España pertenece activamente a la mayor organización terrorista de la historia del planeta: la OTAN, principal sospechosa de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, entre muchas desgracias. España es una monarquía por la gracia del Pentágono; a quienes lo que les importa es la estabilidad de sus bases militares. Es súbdita de la Unión Europea, una auténtica cueva de piratas, desde donde un día se ordena desmantelar la industria para contentar a los industriales del Norte; otro, desmontar la agricultura para contentar a la agroindustria de Francia; o, como vemos últimamente, jalear el robo a espuertas sobre la población peninsular. La Unión Europea nos quiere como camareros y albañiles con la ciencia prohibida y la cultura de rodillas, sin universidades; brutos, pobres y enfermos. Este es un país de asesinos y de asesinados, con las cunetas llenas de olvidados y las calles llenas de intocables. Aquí se entierra a los fascistas con gaiteros y se celebran las matanzas del Nuevo Mundo y, cuando no, se divierten matando bestias los domingos. Luego está la mafia de Roma, que entiende la sodomía como un método pedagógico perfectamente aceptado; los señoritos, la clase de los peces gordos, el fútbol, los media, etcétera. Un maldito desastre. Es la apoteosis de los cretinos.Pero lo realmente preocupante es la obediencia. Este es el mayor problema que tenemos, la obediencia y la candidez.
El trabajo no es necesario. Y lo que estoy diciendo es eso: el trabajo siempre es explotación. Es necesario huir de los imaginarios que dignifican al trabajador sin cuestionarse la naturaleza del trabajo. Si a la moralidad burguesa le molesta lo que hago, pueden irse a la ópera, que aún quedan entradas. Allí no verán pobres. Yo no soy propietario de cadenas de confección de ropa barata con niños explotados en países exóticos, tampoco vendo masivamente productos tóxicos o engaño a ancianas para robarles los ahorros de su vida, como hace la gente fina de este país. Me encantaría ver un día preguntas de ese cariz dirigidas a los grandes peces gordos. Desde mi posición como artista, hago acciones puntuales, siempre dentro de la legalidad, porque no soy el dueño de un banco o una momia del Antiguo Régimen. Sé lo que es trabajar y no me gusta nada, así que van con todos mis respetos. Si para hablar con el sistema hay que ser un homeless, no podríamos hablar y sólo nos quedaría aplaudir desde la grada.
Es un hecho objetivo (que “El trabajo es la dictadura”, título de su exposición). La cuestión no es ya si al trabajador se le paga o no con justicia. Aunque se le pagase “con justicia”, el no está ahí por el trabajo, sino por el dinero. Se le ha robado su tiempo, su cuerpo y su inteligencia en beneficio de otro, no el suyo. No es el dueño de su vida, su vida es trabajo. ¿Cómo llamamos a eso? El trabajo no nos hace libres. No podemos estar de acuerdo con la máxima con que los nazis recibían a sus esclavos en Auschwitz “Arbeit macht frei” (el trabajo os hará libres). Tampoco dignifica. La dignidad del hombre no proviene del trabajo. Otra cosa es que no tengamos más remedio que hacerlo, pero eso es para regalarle la vida a las élites, no en beneficio público, ni individual. Tampoco nos hace especialmente felices.
Porque la democracia es la otra cara del fascismo, la democracia es tan sólo una estafa, se elige al dictador. Y hablamos de este y no de aquel fascismo (el del “caudillo”). Frente al fascismo de Franco hay consenso fuera de las cuevas franquistas, y por tanto lo damos por aceptado. En España se está echando gente a la calle manu militari. Es como si tuviéramos una tormenta tropical permanente que destruye casas a diario y deja a la gente en la calle, con la diferencia de que en cualquier isla del Caribe la solidaridad actúa y se organizan tiendas de campaña, hospitales, ayuda internacional, etcétera. Los suicidios constantes se silencian. Y la gente que ha perdido el ojo de un balazo de goma o que ha sido torturada para ver luego a sus torturadores absueltos, o los niños sin calefacción, ni papel higiénico, que se llevaron una paliza de los “defensores” del orden en Valencia por protestar. Puro fascismo. Los fascistas no suelen parecerse a Hitler, son más bien de corbata y buen corte de traje, y usan carné de partido, de cualquier partido, porque todo es un teatrito de quinta categoría. No necesitamos que nos gobiernen, ni que tipos con pistola controlen las calles, ni cumbres de ladrones, ni ejércitos de personas amaestradas a quienes sólo podemos desear ver libres. No los necesitamos: todo lo que ha podido avanzar la sociedad ha sido a pesar de Los Encargados (título de otra exposición), no gracias a ellos. Ellos son los que en nombre de sus jefes privan a la humanidad del progreso. Todos sabemos quién fue Franco, un asesino de masas, un sádico, una gran desgracia. Otro Encargado. Lo chocante es que hoy exista una Fundación Francisco Franco diciéndonos los temas que no podemos tratar. El casoAlways Franco, de Eugenio Merino, denunciado por esa fundación por faltas al honor, es como si la Fundación Adolf Hitler denunciara a Mauricio Cattelan por faltas al honor. Delirante pero real. Lo de Franco merece un capítulo aparte, él y sus franconsteins. En Los Encargados hablamos de un fascismo de tapadillo, de la gran estafa de la democracia. Franco dejó todo atado y bien atado. Franco y la CIA.
Libertad es una palabra robada y mancillada por las élites. Si alguien declara ir a buscar la libertad a no sé donde, ya sabemos a lo que va: a robar. Libertad es un concepto que debe ser recuperado, porque define algo inexistente que urge repensar. Tiene difícil rescate, pero merece la pena intentarlo.