viernes, 22 de abril de 2011

Llueve revolución

Las lluvias del invierno destrozaron los nichos más antiguos del cementerio. Con buen criterio, el Ayuntamiento construirá un osario común para ubicar los restos de quienes no reclamen la propiedad de las bovedillas. En una de ellas reposan nueve antepasados míos. Yo no lo sabía. Fueron mi madre y mi tía Rosa las que hablaron conmigo para que nuestra memoria no se disperse como un disparo con postas. Mi tía conserva los justificantes del pago. Amarillos. Arrugados. Vivos. Y entre ellos, una foto de mi familia materna. Amarilla. Arrugada. Viva. Posan delante de la fachada minúscula de una casa de labor. En mitad del campo. Y una silla vacía. El único mueble del hogar. Era para mi abuela. Una pared de sacos partía la casa en dos mitades: en una dormían las bestias animales; en la otra, las bestias humanas. Mis abuelos sobre un colchón de muelles; el resto, en unos serones de esparto. No había espacio para más. Ni cocina. Ni baño. Ni más habitación que la tierra alicatada con surcos y el techo con azulejos de cielo raso.

Mi madre tenía la edad que ahora tiene mi hija. La diferencia es que mi madre se sentaba en las piedras y mi hija puede elegir entre la trona, el sofá, el sillón, su cochecito, las sillas, el váter, las escaleras o el suelo. No quiero frivolizar. Es incomparable la situación de aquellos jornaleros andaluces de posguerra con la de nuestro millón de parados que (mal)viven del subsidio, del PER, de la solidaridad familiar, de la caridad privada, de jornales sueltos o del estraperlo contemporáneo. Pero quiero llamar la atención sobre la hipertrofia mental que ha enfermado nuestra visión de las cosas.

Era irreal aquella economía autárquica y miserable que no otorgaba valor alguno a la propiedad inmobiliaria y al rendimiento del trabajo. Muchos de aquellos jornaleros que se dejaban el pellejo de sol a sol vivían en casas de tres piezas con patio, huerto y corral. Y a pesar de ello, tuvieron que abandonar sus hogares para llevarse un mendrugo de pan a la boca. Medio siglo después, también era irreal que el niñato de la obra se comprase con la primera nómina el mismo cochazo que el promotor y un piso. El dinero que antes y ahora no existía, en un caso mataba de hambre y en otro de colesterol. Esa es la verdad.

Ahora que se desploma el Estado del Bienestar, se abre una brecha ideológica que revela la peligrosa derechización de la sociedad que delegó su soberanía a cambio de consumismo. La misma Andalucía que reclamó el máximo nivel de autogobierno no puede caer en la demagogia de quienes reivindican la abolición de las autonomías. La misma Andalucía que emigró a otras tierras no puede caer en la trampa del racismo. La misma Andalucía que protagonizó las revoluciones hispanas no puede tolerar que uno de cada cuatro andaluces esté parado, o que uno de cada diez sobreviva por debajo del umbral de pobreza. Todo lo contrario. Hoy, igual que siempre, debemos apelar a nuestra memoria de pueblo culto y resiliente para que esta lluvia reaccionaria no destruya el sustrato humanista que fabricaron nuestros antepasados. Nuestro nicho en propiedad.
Via: Er llano