“No podemos tener dudas. El compromiso que hemos adquirido con los trabajadores en la huelga general es muy serio y no podemos defraudarles. No podemos volver a la senda del diálogo social permitiendo al gobierno y la patronal hacer lo que les venga en gana cuando ya los datos de los tres primeros meses de vigor de la reforma laboral reflejan un aumento del paro y la precariedad. Exijamos la derogación de la reforma y movilicémonos por ello.
No permitamos ningún recorte de las pensiones. Ni elevación de la edad de jubilación, ni aumento de los años de cómputo, ni ningún otro recorte. Y exijamos igualmente el fin del recorte en el sector público empezando por pedir el retorno del salario detraído a los trabajadores públicos. En este terreno seguro que encontraremos el apoyo mayoritario de los trabajadores.”
Fragmento de la Carta de afiliados de CCOO a Ignacio Fernández Toxo y a la Comisión ejecutiva confederal de CCOO. Vía | Impulso
Llevo treinta años de vida laboral y los treinta afiliado a un sindicato de clase, porque esa es mi convicción y porque no me creo el cuento de la buena pipa de que la lucha de clases haya acabado, como pretenden algunos.
Creo en el sindicalismo como herramienta para mejorar la vida de millones de personas y también para transformar la sociedad y su escala de desigualdades, por eso siempre me ha parecido de lo más coherente practicar la militancia activa y fortalecer las organizaciones de trabajadores en aras a defender sus intereses.
También creo en la necesidad de que dichas organizaciones han de ser fuertes y tener la suficiente capacidad de presión como para que los gobiernos tengan en cuenta sus criterios a la hora de aplicar las políticas de turno. Y, sobre todo, han de ser fuertes para que desde sus estructuras puedan amparar a millones de trabajadores que se encuentran en inferioridad frente al patrón y sin capacidad negociadora en millares de empresas y no se sientan solos porque perciben que alguien se encarga de pensar en la defensa de sus derechos.
Sin embargo, no puedo evitar que me invada la decepción cuando veo cómo las centrales sindicales, que otrora hacían huelgas generales para derribar gobiernos que atacaban a los intereses de la clase trabajadora, se ningunean y suplican ante el gobierno que ha sido el artífice del mayor recorte social en la historia de nuestra democracia en busca de un pacto que a todas luces sería cuanto menos denigrante.
Si la huelga general llevada a cabo el pasado 29 de septiembre no ha servido para que el gobierno recule en las decisiones adoptadas, sino que por el contrario, ha continuado en la senda del recorte a toda costa mientras que los prebostes del capital y la banca persisten en el festín de su agosto particular, no queda otra que incrementar las movilizaciones y derribar de una vez a este gobierno incapaz y traidor. Porque, no lo olvidemos, ignorar por completo un programa electoral mediante el que se comprometió con los ciudadanos y legislar totalmente en sentido contrario no es otra cosa que una traición y de las peores que se pueden dar en democracia. Buscar otras palabras para calificarlo sería jugar de manera gratuita al eufemismo.
Es responsabilidad de las ejecutivas de los dos sindicatos mayoritarios del país no defraudar y engañar a los millones de trabajadores que secundaron la huelga general, con la consiguiente pérdida de salarios, porque entendieron que las políticas aplicadas por este gobierno merecían una respuesta contundente de quienes las iban a sufrir.
Por eso estoy convencido de que la única respuesta posible al rumbo que está tomando el gobierno es una movilización general que lo derribe y lo obligue a convocar elecciones anticipadas, sin importar cuáles sean las consecuencias que de ello se deriven.
Porque la única herramienta que tenemos los trabajadores para defender nuestros intereses es la movilización y no debemos renunciar a ella en un momento en que el poder económico que mueve el mundo nos ha vuelto a poner en el centro de la diana. Si nos quedamos quietos ahora es como si le estuviésemos suplicando que nos dispare sin oponer ninguna resistencia. Y tiraríamos para siempre a la basura aquella frase del Che Guevara que tan bien resume lo que es nuestra dignidad de clase: prefiero morir de pie, a vivir arrodillado.
Si ha de venir el lobo, mejor que venga de una vez. A ver si así nos espabilamos y nos rebelamos a que desmonten con tanta facilidad lo que tantos sacrificios constó construir.
Via; Jack Daniel´s