Sabadell. 19:30h. “La puerta! Abre la puerta”, grita una señora desde el fondo del autobús, de pie y con el carrito de la compra, lleno, en mano. “A ver, ¿por qué tengo que abrir la puerta? ¿¡Porqué tengo que abrir la puerta si el timbre no está marcado!?, pregunta indignado el conductor, girando su cabeza y, a juzgar por la vena de su cuello, un tanto irritado. Acto seguido, no sin desenfadarse ni bajar el tono de voz, el conductor hace el esfuerzo de abrir las puertas para que la señora del carrito baje, y suelta: “Señores, que no soy adivino!”.
Hace apenas unos minutos que he salido de ese autobús, el que cojo cada día para regresar a casa. Estaba justo en el centro del mismo, de pie, lo que me ha permitido “vivir” ese percance perfectamente. Llevo días pensando en escribir sobre este tema. Hoy la circunstancia me lo ha puesto literalmente “a huevo”.Cada día me encuentro con alguna situación parecida. Lo que pasa en los autobuses de ciudad da para un estudio sociológico de los buenos. Da para ver hasta qué punto somos individualistas, egoístas y maleducados. Supongo que pasará también en otros transportes públicos y que vosotros, si los usáis, os habréis percatado de ello.
Todo empieza en la cola de la parada. Esa cola indefinida que se va reestructurando a medida que llega el autobús que debe coger uno. Los ancianos y ancianas -con todos los respetos- cogen posiciones, el muchacho que escucha música, sin que uno sepa muy bien cómo, se coloca de los primeros, si hay algún carrito de bebé, el que lo lleva también toma preferencia, y los que estaban bien posicionados hace un minuto, detrás, a esperar. Nada, una tontería, no vendrá de 40 segundos. Paciencia.
Piipiip, piipiip, piipiip. “Señor, no ha picado el ticket”. Piipiip, piipiip, piipiip. “1’45€, por favor”. piipiip, piipiip. “Buenas tardes”. Estos son algunos de los sonidos característicos que captaría cualquier grabadora situada en la entrada del autobús cuando suben los viajeros. Muchos pitidos de la máquina que lee los tiquets, alguna advertencia del conductor al listillo que quiere hacer un “sinpa”, ruido de monedas y, muy esporádicamente, algun “buenos días” o “buenas tardes”. Pocos cruces de miradas entre conductor y viajero. El primero suele ponerle voluntad, el segundo no.
Superar esas primeras dos fases ya es algo crucial, pero vienen más situaciones interesantes. Hay que hacerse con un sitio para sentarse. Como sea. Ir de pie en un autobús de ciudad, con lo inestables y puñeteros que son los autobuses de ciudad, es un auténtico desastre. Eso es lo que pensará la mayoría. Comienzan las batallas -frías y silenciosas- por llegar a ese sitio y sentarse. Ni que sea para pasar, cómodamente, los 5, 10 o 15 minutos que dura el trayecto. Yo suelo quedarme en el centro, de pie, para dar cuenta de estas cosas que hoy os explico.
En un autobús, las peticiones de los usuarios al conductor pueden ser muy variopintas. Desde pedir subir o bajar la calefacción a cambiar de emisora de radio (o subir/bajar el volumen) pasando por la tradicional pregunta de “para ir a tal sitio, ¿qué parada es la más cercana?”. Son todos ejemplos reales que he escuchado alguna vez. No es de extrañar, pues, que por muy positivo que quiera ser uno, le acaben sacando de sus casillas, como ha ocurrido hoy con el pobre conductor.
Cuando hoy he entrado en ese autobús he visto un busero optimista y simpático. De las seis personas que han entrado antes que yo, solo una se ha dirigido a él. Y lo ha hecho para comprar un billete. Pero el busero no ha puesto mala cara. Debiera estar acostumbrado. Ha respondido mi saludo cordialmente y ha seguido con su ruta. Al final, el grito de la señora del carrito ha provocado su enfado tonto en el que era, probablemente, uno de los últimos viajes de la jornada. Con un simple gesto, pulsar el botón rojo a tiempo, se podría haber evitado.
De vez en cuando intento ponerme en la piel del conductor o conductora. Esa persona que ha de afrontar durante ocho horas el mismo recorrido, la misma rutina, la vuelta idéntica; a la vez que debe lidiar con caras largas, discusiones tontas, gente tóxica y, sobre todo, mantener los cinco sentidos en la carretera. Con lo complicado que puede resultar eso en una ruta de ciudad (coches en doble fila, semáforos, pasos de peatones…). Los buseros son de otro mundo, nacidos para ello. Gente admirable y envidiable. Y un tanto masoquista, eso sí.
En fin. La próxima vez que subas a un autobús, piensa en ese conductor o conductora que ha de llevarte donde sea. Dale un buen saludo. O un simple ‘Hola’, como veas. Algo. Y, si no es mucho pedir, haz lo mismo con el resto de viajeros. Piensa más en ellos y menos en ti. Más en ellos y menos en tus preocupaciones y tus prisas. Cede tu asiento, respeta la cola, pulsa el botón cuando toca. No cuesta nada y significa mucho.