Aún
hay personas a las que podríamos denominar valientes, para las que la vida es
una búsqueda constante de justicia social y humana, es posible que vivamos en
una época en la que el egoísmo prima, en la que la manipulación de los medios
de comunicación es constante, en la que los políticos han perdido su identidad
y solo se preocupan de sus intereses partidistas, o aún peor, de los
personales, es posible que sean tiempos en los que los estómagos agradecidos,
necesiten ser tiranos con sus semejantes, porque así lo manda su amo, ese que
los tiene de rehenes, igual la empatía ya no se lleva, puede estar pasada de moda,
obsoleta, pero para esos valientes es una condición sine qua non.
Ser
capaz de meterse en la piel de otro, es algo que solo se da en la condición
humana, algo que nos distingue del resto de animales, y todo incapaz de
empatizar y ayudar, tender la mano y acompañar al desvalido, a “ese” no se le
puede llamar humano, si otros muchos calificativos, pero humano no.
Hay
mil excusas para disfrazar esa inhumanidad, esa pérdida de moral, esa vileza de
atacar al más frágil, pero son eso, excusas, todas las personas sabemos lo que
está bien y lo que está mal, salvo algunos enfermos, recibimos y aceptamos
desde muy pequeños ese tipo de enseñanzas; hay que respetar a los demás, hay
que ayudar a quien lo necesita, en definitiva…hay que ser buen@
El
problema es cuando el egoísmo, la envidia, la ambición entran en juego y esa
persona, se aplica ese “hay que ser buen@” consigo mismo, porque se convence de
un victimismo interesado y falso, para creerse que el/ella es el/la buen@ y que
son l@s demás l@s que son mal@s contra sí y es por eso, que por justicia merece
que le sea dado lo que ansía y además, que el resto no solo no es merecedor de
ello, sino que debe ser castigado por indign@, en ese punto todo vale, ser ruin,
despiadad@, vil, un carroñer@, que aprovecha el estado de indefensión del más
débil, para despedazarlo, para tiranizarlo, porque no hay tiranía más
despreciable que la de estos personajes que han sido subyugados y deben brindar
pleitesía.
La
valentía consiste en no escudarse en excusas, ni en egoísmo, sino en un sentido
de la humanidad que al margen de sus propios intereses, de ser o no victima de
la injusticia de turno, lo vive y lo sufre como propio, que se implican que
también yerra pero sin perder su identidad.
De eso se valen los buitres, de lo que parece
un signo de rendimiento, pero que en realidad, no es ni más, ni menos, que humanidad,
esa que algunos pierden por un plato de lentejas. Pero da la casualidad, que
esa aparente flaqueza, es la fuerza que ayuda a seguir, que hace resurgir cual
ave fénix, aún después de sufrir caídas, se aprende y se vuelve a levantar para
seguir defendiendo la justicia social y humana.
Los
trabajadores somos precisamente esa parte débil del engranaje social, los que
con sus impuestos deben sostener el sistema, un sistema basado en un carácter
social y generoso, para ser solidario con ancianos, niños y enfermos, algo
bueno que parece que los políticos contemporáneos han desvirtuado, han dirigido
a algo que quiere parecer…pero no es.
Un
espejismo disfrazado de siglas socialistas y obreras, pero que ha perdido la
identidad, que oprime al trabajador, que lo engaña y lo somete, que lo mira con
desprecio y perdonándole la vida, con insolente desdén, como si fuera una
hormiga a la que puede aplastar cuando le venga en gana, solo en época
electoral, se disfraza de cordero para volver a ganarse la confianza del obrero,
que es quien realmente tiene en sus manos, con un simple voto, la posibilidad
de decir basta.
Realmente
los trabajadores tenemos la obligación de despertar del letargo al que nos
someten los medios de comunicación, guiada por el poder político, que nos
enseña solo la parte que políticamente les interesa que veamos, nos ocultan las
informaciones que nos pueden hacer cuestionarnos que podrían no estar diciendo
toda la verdad y que quizá y solo quizá hay otras opciones, otra gama de
colores que podría ser menos mala, o al menos diferente…una que si sea social y
obrera, una en que sí merezca la pena confiar, una que no sea una mentira.