¿Cuántas veces hemos vivido situaciones en
las que los usuarios nos increpan y culpabilizan de los retrasos que se
producen en las líneas? ¿Cómo os sentís cuando se os acusa de privilegiado, de
estar todo el día sentado y de falta de empatía? ¿Cuántas veces tratáis a todos
los usuarios igual porque un energúmeno, golfo o malnacido os ha increpado de
manera vehemente e injusta?
Está claro que todos nos identificamos con
estas cuestiones, que todos hemos sufrido ese mal sobrevenido.
Para muchos de nosotros la profesionalidad y
nuestra capacidad de encaje nos lleva a
mantener en todo momento la compostura, aunque ocasionalmente tengamos brotes
autodefensivos que incomprensiblemente nos lleva a agravar aún más el problema,
pero necesariamente aplicamos la experiencia adquirida para que la afectación que
esos problemas nos produzcan sean la menor posible, sobre todo en el ámbito de
lo personal.
En toda esta problemática influye sobremanera
la imposibilidad de poder demostrar al usuario que no somos como esos que sí
generan los problemas, llámense los planificadores de los horarios, los jefes
de tráfico, controladores e incluso algún “compañero”
conductor que deliberadamente pueda provocar determinadas situaciones…es difícil
de explicar y lamentablemente tenemos solamente el tiempo que el usuario este
subido al bus para que pueda valorar nuestro comportamiento de manera justa…para
lo que también influye negativamente el estado de poco receptivo con el que
accede al bus….
Todas estas cuestiones sobrevenidas solo
influyen a largo plazo en el final de la cadena, en el conductor y por ende en
su familia. El resto de actores en liza
se olvidan fácilmente o lo ven como una mera anécdota, la situación o
conflicto que han generado…sus vidas continúan…al conductor le queda
normalmente una larga jornada en la que se sumaran episodios similares y teniendo
en cuenta que la falta de liderazgo organizativo es más que plausible…ni le dejan
alternativa, ni espera respuesta de alguien que la pueda ofrece de manera práctica.
Para dar solución a este asunto, los conductores
y ultimo escalón de la cadena, solo tenemos o podemos encomendarnos a quien se
supone que puede ponerle las pilas a la empresa o a los jefecillos perretes, encomendarnos
a los sindicalistas. La pregunta es ¿ a todos los sindicalistas?...pues está
claro que no, indiscutiblemente NO. Hay personajes que se dedican al
sindicalismo como trampolín hacia otros menesteres alejados de los intereses de
los trabajadores y los hay que perteneciendo a la categoría de conductor se
interesen mas por generar beneficios a ciertos colectivos que de la pura y mera
justicia igualitaria social entre categorías.
Como habréis observado hemos hecho confluir
dos cuestiones…una cuestión de desigualdad en el trato que directamente soportamos los
conductores cuando se generaliza la acción de uno hacia todo el colectivo y
otra sobre la desigualdad que aplicamos cuando generalizamos sobre las
actuaciones u omisiones de los sindicalistas aplicándoles a todos el mismo rasero.
Si los conductores tuviésemos que estar demostrando
constante y doblemente que somos profesionales por el mero hecho de que uno de
los aludidos anteriormente nos genera problemas adicionales, no cabe duda que acabaríamos
de dos maneras…o rotos emocional y psíquicamente o entraríamos en un pasotismo
sobredimensionado como mecanismo de defensa para no entrar en la primera
espiral…la tercera y remota posibilidad, aunque se pueda dar, es tener la
capacidad de abstraerse de los problemas sobrevenidos y actuar con la máxima profesionalidad
posible aunque ello desafortunadamente sirva para apuntalar la silla del que
genera el problema realmente.
Cerramos haciendo hincapié en la importancia
que tiene apoyar, valorar y ayudar a quien o quienes tiene la posibilidad de
moverle el sillón a los que generan los problemas….para ello solo hay que ser
capaz de entender que cualquier camino que de manera clara conduzca a la mejora
colectiva no puede ni debe de ser llenado de obstáculo porque alguien, en otros
momento o paralelamente, hay fallado en la planificación de otros caminos,
incluso cuando lo han construido deliberadamente para llevarnos al borde del
precipicio.